lunes, 30 de octubre de 2017

Enseñar exige curiosidad.



Paulo Freire sostiene que la curiosidad es la piedra fundamental del ser humano. Aquella que genera en el ser humano el movimiento hacia el conocimiento de los objetos fuera de él y a su conocimiento de sí mismo.

“Dime y lo olvido, enséñame y lo recuerdo, involúcrame y lo aprendo”
Benjamin Franklin (1706-1790) Estadista y científico estadounidense.

El buen clima pedagógico-democrático es aquel en el que el educando va aprendiendo, a costa de su propia práctica, que su curiosidad como su libertad debe estar sujeta a límites, pero en ejercicio permanente. Límites asumidos éticamente por él. Mi curiosidad no tiene derecho de invadir la privacidad del otro y exponerla a los demás.


Ejercer mi curiosidad de manera correcta es un derecho que tengo como persona y al que corresponde el deber de luchar por él, el derecho a la curiosidad. Con la curiosidad domesticada puedo alcanzar la memorización mecánica del perfil de este o de aquel objeto, pero no el aprendizaje real.

“Nunca consideres el estudio como una obligación, sino como una oportunidad para penetrar en el bello y maravilloso mundo del saber”
Albert Einstein (1879-1955) Científico alemán nacionalizado estadounidense.

Una vez satisfecha una curiosidad, la capacidad que tengo de inquietarme por nuevos retos continúa. No habría existencia humana sin nuestra apertura de nuestro ser al mundo, sin la transitividad de nuestra conciencia.

El autor finalmente enfatiza la importancia de la curiosidad al buscar que ésta sea parte viva e inherente de nuestra cotidianeidad: “Uno de los saberes fundamentales para mi práctica educativo-crítica es el que me advierte de la necesaria promoción de la curiosidad espontánea a curiosidad epistemológica”.

“El maestro que intenta enseñar sin inspirar en el alumno el deseo de aprender está tratando de forjar un hierro frío” Horace Mann (1796-1859) Educador estadounidense.

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